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Salmos 100:4 La Biblia de las Américas (LBLA)

Alaben a Dios todos los hombres

Salmo de acción de gracias[a].

100 Aclamad con júbilo al Señor, toda la tierra.
Servid al Señor con alegría;
venid ante El con cánticos de júbilo.
Sabed que El, el Señor, es Dios;
El nos hizo, y no nosotros[b] a nosotros mismos;
pueblo suyo somos y ovejas de su prado.

Entrad por sus puertas con acción de gracias[c],
y a sus atrios con alabanza.
Dadle gracias, bendecid su nombre.
Porque el Señor es bueno;
para siempre es su misericordia,
y su fidelidad[d] por todas las generaciones.

 

 

 

UN ENCUENTRO CON LA PALABRA

REFLEXION

¡No Te Pelees Con Tu Hijo Adolescente!
Publicado por: Devocionales en Devocionales 1 Comentario


No te pelees con tu hijo adolescente sigue lo que la Biblia enseña
“MANTÉNGANSE SOBRIOS Y CON LA MENTE DESPEJADA”. (1 Pedro 4:7, NVI)

Los adolescentes pueden poner a prueba tu cordura. No son ni adultos ni niños y pueden pasar de uno a otro sin previo aviso. Las hormonas alteradas y las neuronas en plena acción desatan reacciones bioquímicas en sus mentes y en sus cuerpos. Palabras como: Pero hijo, ¿en qué estabas pensando? salen involuntariamente de tus labios. La respuesta de los adolescentes malhumorados es encogerse de hombros, seguido de un incomprensible “no sé”. Y la verdad es que no lo saben. ¿Qué se puede hacer con ellos? ¿Encerrarlos? Perdona, eso es ilegal. Sin embargo hay dos cosas que pueden ayudarte:

1) No les atosigues y tómatelo con calma.
Mantente sobrio y con la mente despejada como dice Pedro. Uno de los errores más frecuentes de los padres es reaccionar de forma exagerada, lo que desencadena un enfrentamiento cada vez más enconado de voluntades donde tú llevas casi todas las de perder. Se incrementan los decibelios, merma la sabiduría, tu hijo adolescente llega a la conclusión de que eres tú el que está loco y de repente nadie se comporta como adulto y no hay nadie “a cargo” allí. Tú eres ahora parte del problema, dejando a tu hijo enfadado e inseguro, sin un modelo sensato al que imitar. ¡Ora, respira hondo y cuenta hasta diez! Para beneficio de tu hijo, ése es el momento en que debe prevalecer el padre con mente despejada y dominio propio.

2) Recuerda que la ira engendra más ira.
“El hombre iracundo provoca contiendas; el furioso, a menudo peca”. (Proverbios 29:22). Nadie te hace enfadar más que un adolescente cuando trata de ser mayor. Una mirada suya, una palabra, una actitud y tú “te agarras” y entras en una buena pelea de gritos con tu propio hijo. ¿No es un poco absurdo hacer eso? Las disputas llenas de carga emocional predisponen el cerebro del adolescente a que siga reaccionando con ira a largo plazo. ¿Qué se debe hacer entonces? Usa el sistema del “premio y castigo” de la Escritura: “En cuanto a vosotros, padres, no provoquéis la ira de vuestros hijos, antes bien educadlos y, cuando sea necesario, amonestadlos en la disciplina llena de amor del Señor” (Efesios 6.4, Castilian)

 

 

 

UN ENCUENTRO CON LA PALABRA

REFLEXION

No lo merezco...

 

 

Muchas veces en el camino nos hemos sentido indignos o inmerecedores de una vida bendecida por los errores que cometemos o las debilidades que tenemos. Así como la historia del hijo prodigo:

“Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Lucas 15:18-20

Este hijo tardó en acercarse a su padre porque se creía inmerecedor de recibir algo de su parte. Después de haber sufrido mucho por las decisiones equivocadas que tomó, sabía que no tenía otra salida. Finalmente decide volver pero no viéndose a sí mismo como hijo, sino como empleado, no como digno de los privilegios que tiene un hijo, hasta que su padre le demuestra lo contrario.

Por otro lado, quisiera comparar esta historia con otra:

Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré.

Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Mateo 8:5-8

El Centurión era un oficial que ocupaba un alto rango del ejército Romano. Tampoco se creía digno porque conocía las cosas que hacía, pero esto no lo apartó de Dios, al contrario, precisamente porque se vio inferior es que fue a Jesús. Sabía que era el único que podía ayudarlo, su criado estaba enfermo y confiaba en que Él lo podía sanar solamente con una palabra.
“…No soy digno de desatar la correa del calzado.” Juan 1:27

La verdad es que no somos merecedores del amor y perdón de nuestro Padre Dios, ni siquiera de desatar su calzado como dice Juan el bautista. No somos dignos de tener una vida bendecida, ni de ser hijos de Dios, pero Él quiso que así fuese. Todo lo que recibes de Dios no es porque lo merezcas, sino porque Él te ama.

Si has sentido vergüenza de acercarte a Dios por tus errores o debilidades, te quiero preguntar: ¿Hasta cuándo huiras de su presencia? ¿Sabías que lejos de Él nada podrás hacer? (Jn 15:5) Así que por más que nos apartemos volveremos a sus pies. ¿Por qué esperar más sufrimiento como el hijo prodigo?

En este momento acércate a tu padre con una oración, pídele perdón y vive la vida realizada que Él tiene para ti.
¡No lo merecemos, pero somos amados!

 

 

 

Shirley Chambi
CVCLAVOZ