2 Timoteo 2:19

 

 

 

 

 

El buen obrero de Dios

 

 

 

 

14 Recuérdales esto, encargándoles solemnemente en la presencia de Dios, que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha y lleva a los oyentes a la ruina.15 Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad. 16 Evita[j] las palabrerías vacías y profanas, porque los dados a ellas, conducirán más y más a la impiedad[k]17 y su palabra[l] se extenderá como gangrena[m]; entre los cuales están Himeneo y Fileto, 18 que se han desviado de la verdad diciendo que la resurrección ya tuvo lugar, trastornando así la fe de algunos. 19 No obstante, el sólido fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos, y: Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor. 20 Ahora bien, en una casa grande no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro, y unos para honra y otros para deshonra. 21 Por tanto, si alguno se limpia de estas cosas, será un vaso para honra, santificado, útil para el Señor, preparado para toda buena obra. 22 Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue[n] la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señorcon[o] un corazón puro. 23 Pero rechaza los razonamientos necios[p] e ignorantes, sabiendo que producen[q] altercados[r]24 Y el siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, 25 corrigiendo tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad,26 y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacersu voluntad.

 

Un Encuentro Con la Palabra

 

 

 

 

REFLEXION

 



¿Aprendimos?

por Christopher Shaw

 

 

 

 



Muchos esperan en su vida espiritual manifestaciones dramáticas, pero la obra de Dios es lenta.
Versículo: Marcos 4:35-41 Leer versículo 

¡Qué diferente es el Señor a nosotros! Frente a las acusaciones de otros, no podemos resistir la tentación de defendernos, de buscar la manera de comprobar que sus comentarios no son ciertos. 

Los discípulos le habían reprochado a Jesús su aparente falta de interés en sus vidas, evidenciada en un comportamiento incomprensible en medio de una feroz tormenta: 

¡el hombre dormía! Cristo no perdió tiempo en argumentos inútiles.

Quien hace justicia y revela la verdad es el Padre, y sus hijos todos han sido llamados a descansar en la protección que él ofrece a los que lo aman. 

En lugar de confrontar a los discípulos, Jesús intervino para quitar del medio la aparente causa de la angustia de los Doce. 

«Levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: "¡Calla, enmudece!" Entonces cesó el viento y sobrevino una gran calma.»

Los hijos de Dios deberían poseer la capacidad de ver más allá de las circunstancias en las que se encuentran.

¿Acaso existían fuerzas demoníacas detrás de esta tormenta, para que Cristo le hablara como a un ser vivo? 

Fuera cual fuera la realidad, no cabe duda de que esta es una extraordinaria demostración de autoridad.

También nosotros hubiéramos quedado atónitos.

Simplemente no entra dentro de la experiencia normal de la vida el cruzarse con personas que puedan aquietar, con una palabra, las más violentas manifestaciones del viento y el mar.

De todos modos, Jesús inmediatamente se dirigió a los discípulos, y les dijo: 

«¿Por qué estáis así amedrentados? 

¿Cómo no tenéis fe?»

Lo verdaderamente increíble de la situación no era que el hijo del hombre había calmado la tempestad, sino que ellos no habían demostrado una actitud de confianza en medio de ella. 

La postura de calmado reposo que ellos habían visto en Cristo es la que él esperaba que surgiera también en ellos.

Teniendo tantas evidencias del obrar de Dios en medio de ellos, ¿cómo es que perdían con tanta facilidad la orientación espiritual en la vida, para caer cautivos a las más paralizantes manifestaciones de miedo?

Los hijos de Dios deberían poseer la capacidad de ver más allá de las circunstancias en las que se encuentran, «no mirando las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2Co 4.18).

Los discípulos, sin embargo, se habían quedado con la demostración de poder: «se decían el uno al otro:

«¿Quién es este, que aun el viento y el mar lo obedecen?» 

El asombro por lo que Jesús había hecho no les permitió concentrarse en la actitud de sus corazones, donde era necesario una transformación aun mayor que la que habían visto en el mar.

Esta respuesta es típica del ser humano; fácilmente queda cautivado por manifestaciones extraordinarias y asombrosas, las cuales normalmente no tienen mucho peso en el ámbito de lo espiritual.

Deslumbrados por los fuegos artificiales, que duran apenas un instante, no apreciamos la inmensidad de la noche estrellada que proclama la existencia de un Dios cuyas dimensiones son eternas. 

Las experiencias más significativas en nuestro peregrinaje espiritual rara vez van acompañadas de manifestaciones dramáticas, aunque a estas últimas procuramos con más fervor. Más bien, la obra de Dios es lenta y, mayormente, secreta.

Producido y editado por Desarrollo Cristiano Internacional

 

 

 

 

Un Encuentro Con la Palabra

 

 

 

 

 

 

REFLEXION

 



La última lágrima
Publicado en Amor Padre

 

 



Allí estaba, sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas sosteniendo un viejo bastón de madera; pantalones que arremangados dejaban libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana tejido a mano. 

El anciano miraba a la nada.

Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto que me fue muy difícil acercarme, a preguntarle, o siquiera consolarlo.

Por el frente de su casa pasé mirándolo, al voltear su mirada la fijó en mi, le sonreí, lo saludé con un gesto aunque no crucé la calle, no me animé, no lo conocía y si bien entendí que en la mirada de aquella lágrima se mostraba una gran necesidad seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto.

En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía. Traté de olvidarme.

Caminé rápido como escapándome.

Compré un libro y ni bien llegué a mi casa comencé a leerlo esperando que el tiempo borrara esa presencia…. pero esa lágrima no se borraba…

Los viejos no lloran así por nada, me dije.

Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios y decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. 

Luego de vencer mi pena, logré dormir.

Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho por conversar.

Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre.

- ¿Qué desea? – Preguntó, mirándome con un gesto adusto.

- Busco al anciano que vive en esta casa. 

– Contesté.

- Mi padre murió ayer por la tarde – Dijo entre lágrimas.

- ¡Murió!- Dije decepcionado. 

Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.

- ¿Usted quien es? – Volvió a preguntar.

- En realidad nadie – Contesté, y agregué – Ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y a pesar de que lo saludé no me detuve a preguntarle que le sucedía pero hoy volví para hablar con él pero veo que es tarde.

- No me lo va a creer pero Usted es la persona de quien hablaba en su diario.

Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación.

- Por favor, Pase – Me dijo aún sin contestarme.

Luego de servir un poco de café me llevó hasta donde estaba su diario y la ultima hoja rezaba: “hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable… hoy es un día bello”.

Tuve que sentarme, me dolió el alma de solo pensar lo importante que hubiera sido para ese hombre que yo cruzara aquella calle.

Me levanté lentamente y al mirar al hombre le dije: 

– Si hubiera cruzado de vereda y hubiera conversado unos instantes con su padre…- Pero me interrumpió y con los ojos humedecidos de llanto dijo: – Si yo hubiera venido a visitarlo al menos una vez este último año, quizás su saludo y su sonrisa no hubieran significado tanto.