Romanos 14:20-23

 

 

 

Principios que rigen problemas de conciencia

 

 

 

14 Aceptad al que es débil en la fe, pero no para juzgar sus opiniones. Uno tiene fe en que puede comer de todo, pero el que es débil sólo come legumbres. El que come no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para juzgar al criado[a] de otro? Para su propio amo[b] está en pie o cae, y en pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor para sostenerlo en pie. Uno juzga que un día es superior a otro, otro juzga iguales todos los días. Cada cual esté plenamente convencido según su propio sentir[c]El que guarda cierto[d] día, para el Señor lo guarda; y el que come, para el Señor come, pues da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor se abstiene[e], y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Porque para esto Cristo murió y resucitó[f], para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos. 10 Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O también, tú, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios[g].11 Porque está escrito:

Vivo yo —dice el Señor— que ante mi se doblara toda rodilla,
y toda lengua alabara[h] a Dios.

12 De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo.

13 Por consiguiente, ya no nos juzguemos los unos a los otros, sino más bien decidid esto: no poner obstáculo o piedra de tropiezo al hermano. 14 Yo sé, y estoy convencido en el Señor Jesús, de que nada es inmundo en sí mismo; pero para el que estima que algo es inmundo, para él lo es. 15 Porque si por causa de la comida tu hermano se entristece, ya no andas conforme al amor. No destruyas con tu comida a aquel por quien Cristo murió. 16 Por tanto, no permitáis que se hable mal de[i] lo que para vosotros es bueno. 17 Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. 18 Porque el que de esta manera sirve a Cristo, es aceptable a Dios y aprobado por los hombres. 19 Así que procuremos lo que contribuye a la paz y a la edificación mutua. 20 No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. En realidad, todas las cosas son limpias, pero son malas para el hombre que escandaliza[j] a otro al comer. 21 Es mejor[k] no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece[l]22 La fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción[m] delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. 23 Pero el que duda, si come se condena, porque no lo hace por fe; y todo lo que no procede de fe, es pecado.

 

 

 

 

Un Encuentro Con la Palabra

 

 

 

 

 

 

Promesas – Boca Cerrada

 

 

 



El mejor momento para mantener la boca cerrada
es aquel en que siente que tiene que decir algo o estallar.

El hablar malicioso es como:

Un viento helado, que hiela las aguas, mata las flores y termina con el crecimiento. 

Del mismo modo, las palabras amargas y llenas de odio colman los corazones de los hombres y causan que el amor deje de florecer.

Un zorro con una antorcha atada a su cola, enviado a los trigales como en los días de Sansón y los filibusteros. Así son los chismes divulgados sin control o razón.

Una pistola disparada en las montañas, cuyo eco se intensifica hasta aparecer el sonido de un trueno.

Una bola de nieve que se va agrandando a medida que rueda.

Tal vez la mejor analogía es la que dio una niña que llegó corriendo hasta donde estaban sus aperes entre llantos.

-¿Te has lastimado tu amiga? -le preguntaron sus padres.
-Sí -respondió ella.
-¿Dónde? -le preguntaron los padres de nuevo.
-Aquí – contestó ella apuntándose al corazón.

Una palabra sin decir es como una espada en su vaina, si se ventila la ira, la espada terminará en manos de otro.

Proverbios 10:19
En las muchas palabras no falta el pecado;
mas en que refrena sus labios es prudente.

 

 

 

 

 

Un Encuentro Con la Palabra

 

 

 

 

 

 

 

REFLEXION

Un corazón como el del Padre

por Christopher Shaw

 

 

 



Como la necesidad espiritual solamente puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios mismo, la misericordia es fruto del hambre y sed de justicia.
Versículo: Mateo 5:1-12 Leer versículo 

«Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia.» 

En esta bienaventuranza tenemos una de las más claras evidencias de que es Dios el que está obrando transformación en la vida y no la persona misma. 

La misericordia se refiere específicamente a una sensibilidad al dolor de otros que, a su vez, produce un deseo de aportar alivio al afligido. No cabe duda de que esta postura refleja el carácter de nuestro Dios, pues la misericordia tiene que ver con un corazón compasivo, bondadoso y tierno.

No mide si la otra persona es merecedora de nuestra socorro, sino que se da a sí mismo por el bien del otro.

Conforme a la progresión espiritual que hemos notado, es natural que esta actitud de misericordia sea fruto del hambre y sed de justicia.

Esa necesidad espiritual solamente puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios mismo. 

La cercanía a su persona, sin embargo, no solamente sacia las necesidades de nuestra alma, sino que comienzan a contagiarnos de la misma visión que Dios tiene de las personas. 

Ya no juzgamos con dureza a aquellos que están en situaciones difíciles, condenándolos porque vemos en sus vidas las claras consecuencias del pecado. Más bien, comenzamos a comprender que son personas atrapadas en un sistema maligno, enceguecidas por las tinieblas de este mundo, que necesitan con desesperación que alguien se les acerque para indicarles el camino hacia la luz y la vida.

¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán aún mayores demostraciones de misericordia!

No hace falta señalar que la expresión de la misericordia muchas veces escandaliza a aquellos que pretenden ser los auténticos defensores de todo lo que es bueno y justo. Los fariseos, por ejemplo, no mostraron una pizca de misericordia hacia la mujer sorprendida en adulterio (Jn .

Lejos de desear que sea librada del lazo en el que había caído, la trajeron a Jesús buscando la aprobación para la condenación que ya habían forjado en sus propios corazones. 

Jesús no dijo, en ningún momento, que aprobaba la práctica del adulterio.

Sin embargo, demostró compasión al afirmar que no la condenaba, aunque era digna de condenación. De la misma manera, Simón el fariseo se mostró horrorizado que el Maestro permitiera que una mujer pecadora tocara a Jesús (Lc 7). 

¡Un fariseo jamás hubiera tenido contacto con esta clase de persona! Jesús, no obstante, le extendió la bondadosa compasión de Dios y fue, literalmente, transformada en otra persona.

En esa ocasión Jesús señalaría que «el que mucho ama, mucho ha sido perdonado» confirmando que la misericordia es, en efecto, la consecuencia de reconocer nuestra propia pobreza de espíritu. Por esto necesitamos que nos recuerde a diario lo mucho que nos ha amado.

En varios momentos durante su peregrinaje Cristo le recordó a los discípulos que Dios sería generoso con aquellos que eran generosos.

El principio es claro: todos hemos recibido la invitación a ser parte del reino. 

Pero una vez que hemos sido integrados a él, es inadmisible que no tengamos la misma actitud de misericordia hacia los demás que se nos ha concedido a nosotros.

¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán aún mayores demostraciones de misericordia!

Producido y editado por Desarrollo Cristiano