Isaías 1:11-15  La Biblia de las Américas (LBLA)

 

 

 

Rebelión del pueblo de Dios

 

 

Visión que tuvo[a] Isaías, hijo de Amoz, concerniente a Judá y Jerusalén, en los días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá.

Oíd, cielos, y escucha, tierra,
porque el Señor habla:
Hijos crié y los hice crecer,
mas ellos se han rebelado contra mí.
El buey conoce a su dueño
y el asno el pesebre de su amo;
pero Israel no conoce,
mi pueblo no tiene entendimiento.

¡Ay, nación pecadora,
pueblo cargado de iniquidad,
generación[b] de malvados,
hijos corrompidos!
Han abandonado al Señor,
han despreciado al Santo de Israel,
se han apartado de El[c].

¿Dónde más seréis castigados?
¿Continuaréis en rebelión?
Toda cabeza está enferma,
y todo corazón desfallecido.
De la planta del pie a la cabeza
no hay en él nada sano,
sino golpes, verdugones y heridas recientes;
no han sido curadas[d], ni vendadas,
ni suavizadas con aceite.

Vuestra tierra está desolada,
vuestras ciudades quemadas por el fuego,
vuestro suelo lo devoran los extraños delante de vosotros,
y es una desolación, como destruida por extraños.
Y la hija de Sion ha quedado como cobertizo en una viña,
como choza en un pepinar, como ciudad sitiada.
Si el Señor de los ejércitos
no nos hubiera dejado algunos sobrevivientes,
seríamos como Sodoma,
y semejantes a Gomorra.

10 Oíd la palabra del Señor,
gobernantes de Sodoma;
escuchad la instrucción de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra:
11 ¿Qué es para mí la abundancia de vuestros sacrificios?
—dice el Señor.
Harto estoy de holocaustos de carneros,
y de sebo de ganado cebado;
y la sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me complace.
12 Cuando venís a presentaros delante de mí,
¿quién demanda esto de vosotros[e], de que pisoteéis[f] mis atrios?
13 No traigáis más vuestras vanas ofrendas,
el incienso me es abominación.
Luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas:
¡no tolero iniquidad y asamblea solemne!
14 Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece mi alma;
se han vuelto una carga para mí,
estoy cansado de soportarlas.
15 Y cuando extendáis vuestras manos[g],
esconderé mis ojos de vosotros;
sí, aunque multipliquéis las oraciones,
no escucharé.
Vuestras manos[h] están llenas de sangre.

16 Lavaos, limpiaos,
quitad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos;
cesad de hacer el mal,
17 aprended a hacer el bien,
buscad la justicia,
reprended al opresor,
defended[i] al huérfano,
abogad por la viuda.

18 Venid ahora, y razonemos
—dice el Señor
aunque vuestros pecados sean como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos;
aunque sean rojos como el carmesí,
como blanca lana quedarán.
19 Si queréis y obedecéis,
comeréis lo mejor de la tierra;
20 pero si rehusáis y os rebeláis,
por la espada seréis devorados.
Ciertamente, la boca del Señor ha hablado.

21 ¡Cómo se ha convertido en ramera la ciudad fiel,
la que estaba llena de justicia!
Moraba en ella la rectitud,
mas ahora, asesinos.
22 Tu plata se ha vuelto escoria,
tu vino está mezclado con agua.
23 Tus gobernantes son rebeldes
y compañeros de ladrones;
cada uno ama el soborno
y corre tras las dádivas.
No defienden[j] al huérfano,
ni llega a ellos la causa de la viuda.

 

 

 

Un Encuentro Con la Palabra

REFLEXION

 

Jovenes Cristianos – UNA VEZ POR AÑO

 

Pasaje clave: Levítico 16.

 

Eran muchas las fiestas importantes y los días especiales que celebraban los israelitas a lo largo del año, pero había un día que se destacaba por encima de los demás. Se lo conocía como “el día de la Expiación”.

Expiación significa que tú y yo merecemos el castigo y el enojo de Dios porque lo ofendimos con nuestros pecados, pero Él entregó a su Hijo Jesús a la muerte por nosotros para darnos perdón, quitar la culpa y sentirse Él mismo satisfecho al solucionar nuestro problema.

Aarón, el sumo sacerdote y hermano de Moisés, tenía que hacer expiación por él mismo, por su propia casa y por todo el pueblo. En ese día todos los pecados y rebeldías del pueblo eran perdonados. Para esto, Aarón, debía entrar al Lugar Santísimo con la sangre de los animales sacrificados y ofrecerla delante de Dios junto con perfumes aromáticos. Por esa sangre los pecados eran perdonados y Dios quedaba complacido.

Al lugar Santísimo, donde el Espíritu de Dios habitaba, solamente podía entrar el Sumo Sacerdote en ese día y una sola vez por año. Cualquier otra persona que quisiera entrar inmediatamente moriría. ¿Te imaginas por qué?

La razón es muy simple: todos somos pecadores y Dios no tolera el pecado. Él es Santo.

Santo significa que, además de no haber pecado en Él, está alejado de todo lo inmundo y pecaminoso. Por este motivo, el Sumo Sacerdote antes de entrar en aquel lugar tenía que ofrecer un sacrificio por sus propios pecados para purificarse. Y luego vestir sus ropas santas para estar en la presencia de Dios.

Hoy es diferente para nosotros aunque Dios sea el mismo. No necesitamos seguir aquel ritual judío. ¿Sabes por qué? Porque vino Cristo al mundo y todo cambió. Él se ofreció en la cruz como sacrificio y derramó su sangre una sola vez y para siempre. Su sangre derramada satisface completamente a Dios. No necesitamos sacrificar animales, ni realizar ritos, ni vestirnos de una manera determinada para estar delante de Dios. Por medio de Jesús podemos acercarnos a Dios tal como somos ¡y siempre!, a cualquier hora y desde cualquier lugar. No tenemos que tener miedo de Él, porque cuando nos mira ve en nosotros la vida perfecta de Jesús a pesar de que conoce nuestras imperfecciones y debilidades. Pídele a Él que su sangre te limpie.

Aún así, Dios sigue odiando y enojándose contra el pecado tanto como antes. Para Dios el pecado no cambia y las conductas pecaminosas no mejoran. Para Él el pecado no es algo cultural que se acepte o se rechace según como evolucione la sociedad. No depende de las modas ni de los criterios políticos o filosóficos que tienden a legalizar todo aquello que no pueden solucionar. Para Dios lo que antes era pecado, hoy también lo es y lo que antes era maldad, también lo es ahora. Y Él todavía disciplina al que no se arrepiente auténticamente de ellos.

Extracto del libro: “Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes: Éxodo/Levítico”

 

 

Por Edgardo Tosoni

 

 

Un Encuentro Con la Palabra

REFLEXION

 

¿Cuál era tu mayor problema hace 10 años?

 

 

Cuando el cielo este gris, acuérdate cuando lo viste profundamente azul.

Cuando sientas frío, piensa en un sol radiante que ya te ha calentado.

 

 

Cuando sufras una temporal derrota, acuérdate de tus triunfos y de tus logros.

 

Cuando necesites amor, revive tus experiencias de afecto y ternura.

 

Acuérdate de lo que has vivido y de lo que has dado con alegría.

 

Recuerda los regalos que te han hecho, los abrazos y besos que te han dado, los paisajes que has disfrutado y las risas que de ti han brotado.

Si esto has tenido, lo puedes volver a tener y lo que has logrado, lo puedes volver a ganar.

Alégrate por lo bueno que tienes y por lo bueno de los demás, acéptalos tal cual son; desecha los recuerdos tristes y dolorosos, y sobre todo no tengas ningún rencor, no te lastimes más.

Piensa en lo bueno, en lo amable, en lo bello y en la verdad.

Recorre tu vida, detente en donde haya bellos recuerdos y emociones sanas y vívelas otra vez.

Visualiza aquel atardecer que te emocionó. Revive esa caricia espontánea que se te dio. Disfruta nuevamente de la paz que ya has conocido, piensa y vive bien.

Allí en tu mente están guardadas todas las imagines; ¡Y sólo tú decides cuáles has de volver a mirar!.

No hay carga que se nos dé y no tengamos la capacidad de llevar.

Busca siempre vivir el presente aprendiendo del pasado, no cargues con situaciones y problemas que ya han pasado.

Piensa en esto:

¿Cuál era tu mayor problema hace 10 años? Probablemente ahora sea nada.

Ahora, si dentro de 10 años tus problemas actuales no van ha ser nada, ¿Por qué vivir tristes por ellos?

Por sobre todo, acuérdate de tu Creador. Él siempre se acuerda de tí.

 

 

 

Autor Desconocido.