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Apocalipsis 22:20  La Biblia de las Américas (LBLA)

 

 

 

Oración final

 

 

20 El que testifica de estas cosas dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús.

21 La gracia del Señor Jesús sea con todos[n]. Amén.

 

 

Un Encuentro Con la Palabra

REFLEXION

 

Un Corazón Herido Por Cristianos

 


¿Fuiste Lastimado Por Cristianos? ¿Tienes el corazón herido?

“…TÚ, SEÑOR, ME AYUDASTE Y ME CONSOLASTE” (Salmos 86:17)

¿Te ha herido algún cristiano? ¿Alguien que te condenó en lugar de demostrarte compasión y ayudarte? ¿Alguien que no te atendió cuando debería haberte buscado, restaurado espiritualmente y devuelto al lugar que te corresponde en la familia de Dios? La mayoría de las personas que han sido heridas por otros cristianos podrían convencer fácilmente a un jurado de que tal o cual cosa no debería haber ocurrido jamás. Y la verdad es que tienen razón; pero ocurrió. Seguir dándole vueltas al tema no cambiará las cosas, aunque te cambiará a ti, y no precisamente para bien. Piensa que si te asaltaran en la calle y te llevaran al hospital, no te pasarías el resto de la vida obsesionado con la persona que lo hizo. No; tu meta sería recuperarte lo más rápido posible y pasar de página. ¡Qué curioso que busquemos a yuda inmediata para las heridas físicas pero que tendamos a centrarnos en el problema y no en la solución cuando se trata de heridas emocionales!

Y tú ¿qué vas a hacer? Éstas son las distintas opciones:

1) Contárselo a todo el mundo.

Repetir los hechos no conseguirá más que reforzar y avivar tu dolor.

2) Reprimirlo.

Eso fue lo que hizo David: “Mientras guardé silencio… mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano” (Salmos 32:3-4 CST).

3) Procesarlo.

Es decir, estar dispuesto a dejar de encubrir las áreas en las que te hirieron y abrirte para recibir la gracia de Dios. Entonces es cuando descubres que “Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Salmos 147:3).

4) Compartirlo.

La Biblia dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados…” (Santiago 5:16).


Si eres sabio, elegirás las opciones 3 y 4.

¿Cómo Curar Tus Heridas Espirituales?

“…¿QUIERES CURARTE?” (Juan 5:6 BLP)

Ser herido es algo inevitable, pero de ti depende quedarte con el daño. Puedes elegir o bien ser víctima para siempre y darle vueltas a cómo deberían haberse hecho las cosas o bien aprovechar la experiencia para volverte más fuerte y más sabio. Jesús conoció a un hombre en el estanque de Betesda que era paralítico y que había estado en cama durante treinta y ocho años. Cuando Jesús se enteró del tiempo que llevaba ahí, le preguntó: “¿Quieres curarte?” (Juan 5:6 BLP). Después de treinta y ocho años lo más probable es que este hombre viera su minusvalía como parte de su identidad. Llevaba tanto tiempo discapacitado que se tenía a sí mismo por víctima: “…No tengo a nadie que me meta en el estanque…” (Juan 5:6 BLP) . Traducido: “A nadie le importo”. Pero a Jesús sí, y le ordenó que se levantara y caminara. Ahora bien, el hombre tuvo que poner fe de su parte para superar esos viejos y arraigados sentimientos de desaliento y autocompasión; pero cuando obedeció a Jesús fue curado en el acto.

Dios nunca te obliga a sanar, ni siquiera cuando estás herido. Tienes que ser tú quien quiera recuperarse y tomar una decisión firme de que lo puedes hacer por la gracia de Dios. Afrontémoslo, la iglesia está formada por seres humanos llenos de defectos que a veces hablan sin pensar y hieren a los demás. ¡Pero eso no es razón suficiente para abandonarla! “…Os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo…” (Colosenses 3:15 BLP). Fuera de ese cuerpo no desempeñas ninguna función y te faltan tanto el alimento como el propósito, de tal manera que comienzas a morir espiritualmente. Se necesita la misma energía para optar por curarte que por sentirte impotente, pero las consecuencias de una u otra decisión son muy diferentes. Una alternativa te deja paralizado con lo sucedido y la otra te da esperanza para el futuro. ¿Cuál vas a elegir?

 

 

 

 

 

Un Encuentro Con la Palabra

REFLEXION

 

Suelta la cuerda

 

Cierto predicador, contaba acerca de un viajero que fue asaltado por bandidos en un camino solitario, le quitaron todo cuanto llevaba y lo condujeron a las profundidades de la selva oscura. Allí ataron una cuerda a una rama de un gran árbol e hicieron que el hombre se aferrara a la punta de la misma. Le dieron un impulso que lo hizo balancearse en la negrura del espacio, y le dijeron que estaba colgando sobre un profundo precipicio, que en el momento que soltara la cuerda se destrozaría contra las rocas del fondo, y se fueron.

El viajero se llenó de temor y se aferró desesperadamente de la punta de la cuerda, pero al cabo de un buen rato sus manos ya no podían resistir más y creyó que había llegado su fin. Sus dedos, acalambrados, soltaron la cuerda y cayó, pero sólo a un metro del suelo; sus pies encontraron, no un abismo, sino tierra firme por la que pudo andar. Había sido una trampa de los ladrones para darles tiempo a escapar.

Muchas veces aprendemos las promesas de Dios, la creemos, decimos que nos apropiamos de ellas, pero sólo las usamos como un paliativo para nuestro temor, para calmar la ansiedad que nos produce el problema que enfrentamos, pero no somos capaces de confiar en Aquel que nos las dio y no nos permitimos descansar en Él.

Sabemos que Dios es nuestro Refugio, Amparo, Fortaleza, nuestra Roca, el Juez Justo, nuestro Proveedor, Sanador, Salvador, quien pelea por nosotros y tantas cosas más pero aun cuando hablamos de la vida eterna y la promesa que nos hizo, nos aferramos a la vida y sus afanes como el hombre de la historia lo hacía a su cuerda.

Aunque en ocasiones nuestra parte racional nos impide soltarnos de la cuerda y creemos más en lo que nos dicen los ladrones de nuestra paz que en las promesas de Aquel que nos ama y quiere nuestro bien; lo cierto es que un día, todos soltaremos la cuerda a la que nos estamos aferrando y entonces experimentaremos vívidamente las promesas de Dios. Cuando nuestras fuerzas nos abandonan es el momento en el que permitimos que Dios nos sostenga y haga el milagro. En realidad, no se trata de conocer las promesas que tenemos en la Biblia, sino de vivirlas de forma práctica y dejar que Dios obre.

“Dios no es un hombre, por lo tanto, no miente. Él no es humano, por lo tanto, no cambia de parecer. ¿Acaso alguna vez habló sin actuar? ¿Alguna vez prometió sin cumplir?” Números 23:19 (NTV)

Si Dios prometió algo, así lo hará porque Él no miente ni cambia de parecer. No permitas que las circunstancias y las personas te llenen de temor e inseguridad, suéltate de la cuerda a la que estás aferrado y deja que los brazos de Dios te sostengan, disfruta de la paz que Él te prometió, permite que sus bendiciones llenen tu vida.

Cuando sueltes la cuerda, serás capaz de experimentar cada una de aquellas promesas que hasta hoy has venido repitiendo sin ser capaz de vivirlas y serás testigo del poder, el amor y la misericordia de Dios.

 

 

 

 

Ana María Frege Issa
CVCLAVOZ